miércoles, 4 de marzo de 2009

Clítoris Inadvertido.


Me habían dicho que era un albergue. La puerta principal estaba abierta de par en par, mientras me adentraba me dio la impresión de que le edificio estaba vacío, ya sabía que dentro, después de la primera puerta debía girar a la derecha y tomar el pasillo hasta el final y tan solo a 5 metros otra puerta y ya estaría abierto colindando con un patio a la izquierda que sería el frente de las habitaciones, y que la que ocuparía sería la sexta.

Esa cosa estaba ahí, vestido solamente con unos pantalones cortos en medio del patio, agachado junto a cubo de agua, enjuagando su ropa interior. Los hombres eran para mi una simple identidad y una cara con órganos genitales, algunos parecían tener un cerebro y otros no sé… aún hoy, sigo con la duda. Este hombre era diferente, parecía una pintura perfecta, sin ver su cara ni descubrir un átomo de lo que era, parecía una oferta a voces, estaba de espaldas, ¿ya lo dije?, sí, lo dije, pues eso, agachado y de espaldas una pintura perfecta de hombre estaba ahí en medio del patio del edificio y entonces al recorrer el pasillo y no ver a nadie más, se me ocurrió esperar callada a que él terminara su faena. Contemplando el panorama me di cuenta que nunca en mi vida, había visto a “un hombre”. Pudiera contarles el cuento del tipo que vio a la mujerona y le decía en su cara: ¡Que mierda!, ¡Que mierda!, ¡qué clase de mierda!, esta no pudo más que preguntarle: Señor, yo me considero una mujer muy hermosa y todos los hombres lo dice… ¿Por qué usted me dice que soy una mierda?, a lo que el hombre respondió: Se confunde señora, o yo me expresé muy mal, solo pensaba en voz alta, que mierda de mujer tengo en casa, comparada con usted.

Como una fuga eléctrica recorrió por mi cuerpo un cuartazo que llegó justo hasta mi vagina, mirando el paisaje parecía leerlo en un libro de cuentos. Era perfecto y perfecto para ser hombre. Yo no me sentí digna de comparar su cruda y perfecta belleza con la mía.

Así comenzó la historia de lo que hoy es para mí el descubrimiento más fascinante de mi condición de hembra, más que de mujer. Mujer era siempre y desde que nací, llegué a ser madre, sin reconocer que era una hembra, tuve el sexo más activo que pueda tener una esposa, ¿pero hembra?, ¿quién se atrevía a cuestionar que yo lo fuera?, por supuesto que nadie, desde niña yo decía que era hembra, además, mi madre lo decía, mi padre, mi familia… en fin. ¿Pero acaso yo sabía que además de haber nacido hembra y gustarme los hombres y usarlos, había una condición especial que me diferenciaba de ellos? No. Aún hoy me esfuerzo por averiguar el porqué nadie se preocupó de ello, pero este día había latido algo y diferente a lo que antes presentía cuando me gustaba un hombre, fue directo en mis genitales, fue un punto exacto que sentí que se erguía y un calambre acompañaba la acción de este suceso en los alrededores de aquel punto yerto.

A mis 28 años jamás me había tocado mis genitales por placer, el temor de estar haciendo algo indigno y muy mal visto por Dios y hasta por la ley de los hombres me lo impedía, el tabú era tan fuerte como el racismo al que mi familia me condenaba.

El hombre se levanto y al darse vuelta yo estaba ahí, recostada a la pared del pasillo y presto me saludó y me llamó por mi nombre, ya él sabía que yo iría a dejar mis pertenencias y marcharme al hospital a cuidar un enfermo. Me acompañó hasta el que sería mi cuarto al lado del suyo y me comentaba que otras personas vendrían a pasar la noche ahí, podríamos ver la tele y saborear un café. Yo me fui al hospital.

Al atardecer me relevaba otra persona, mi cuñada. Cuando nos saludamos ella inmediatamente me preguntó si había visto en el albergue a un tal… igual da su nombre, le respondí que no, sentí que ella sabía que si lo veía con los mismos ojos que ella lo vio, me sucedería lo que en verdad pasó, por eso lo negué, ella y yo nos habíamos impresionado al verle el cuerpo semidesnudo a un hombre de verdad.

Me sentí confundida, como hoy que decido contarlo a las demás.



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