miércoles, 18 de marzo de 2009

La pre adolescencia cubana, década 70 y 80




Y entonces no se podía hablar de religión era un tabú, no existía nada que lo justificara, preferíamos hablar de filosofía y sexo, escuchar de política era común más que los desayunos, agotamos todos los temas de la adolescencia y entonces había que hacer algo prohibido, comenzamos a fumar pero llegó el momento en que lo aceptaban en los pasillos de la escuela y todo se hizo común. Son etapas en las que necesitamos destacarnos e ir en contra de algo más que de alguien, hacer revoluciones y sentirnos activos en ellas, revisionamos la moda y aportábamos todo lo contundentemente brutal ante los conservadores, desde la mini hasta las campanas métricas para pantalones a la cadera, pujamos las llegadas a deshoras, adorábamos a los Beatles, Rolling Stones y soñábamos con hablar inglés, pero cuando todo se hacía insípido, solo entonces hablamos de Dios.

Mientras hacíamos revolución a los tabúes discutimos mucho el problema fundamental de la filosofía, no nos acomodábamos a las teorías Marxistas-Leninistas filosóficas que no le hallábamos sentido, (ni aún hoy se lo hallo) Y hubo momentos en que todos fuimos filósofos, en tal caso nadie nos podría contradecir, porque hacíamos exactamente lo que ellos, operábamos conceptos abstractos, que no los entenderían ni nuestras madres, tal y cuál hicieron los comunistas al implantárnoslo a nosotros a través de una asignatura que no se podía suspender. Aún sigo pensando que 13 años es muy poca edad para tanta palabrería. Si que recuerdo la expresión de que usó un compañero de clase al escucharle al profesor la definición de Lenin del “Materialismo y empiriocritisismo”:

¡Ño... quién se aprende eso!

"La materia es una categoría filosófica para designar la realidad objetiva dada al hombre en sus sensaciones, calcada, fotografiada y reflejada por nuestras sensaciones y existente independientemente de ellas".

Sigo insistiendo, era demasiado para trece años y por eso, porque todo lo demás era demasiado complicado, había que hacer revolución y hablar de algo menos dudoso e igual de increíble que la filosofía; La religión.

En unos años más, ya estábamos preparadas para todo, las amigas llegábamos a conclusiones desafiantes, era más fácil enamorar al profesor que aprenderse las teorías. Ya digo… nos hacían pensarlo demasiado.

Todos querían ser militantes, todos lo hubieran sido si no fuese porque solo había un partido y demasiadas tendencias.

Preparar nuevos cuadros desde niños era un objetivo básico de la educación, cocinarle la cabeza con los buenos y los malos sin medias tintas, o se era o no se era, o blanco o negro, comunista o indeseable, en esto radicaba el problema fundamental de la filosofía de ser estudiante, ser o no ser. El abuelo me impartía su sabia teoría: Ningún líder que consolide su puesto en el poder tras una guerra, conserva los principios básicos que comulgan con las libertades y verdaderos derechos de una sociedad civil. El líder se siente merecedor de implantar su propia era.


miércoles, 4 de marzo de 2009

Clítoris Inadvertido.


Me habían dicho que era un albergue. La puerta principal estaba abierta de par en par, mientras me adentraba me dio la impresión de que le edificio estaba vacío, ya sabía que dentro, después de la primera puerta debía girar a la derecha y tomar el pasillo hasta el final y tan solo a 5 metros otra puerta y ya estaría abierto colindando con un patio a la izquierda que sería el frente de las habitaciones, y que la que ocuparía sería la sexta.

Esa cosa estaba ahí, vestido solamente con unos pantalones cortos en medio del patio, agachado junto a cubo de agua, enjuagando su ropa interior. Los hombres eran para mi una simple identidad y una cara con órganos genitales, algunos parecían tener un cerebro y otros no sé… aún hoy, sigo con la duda. Este hombre era diferente, parecía una pintura perfecta, sin ver su cara ni descubrir un átomo de lo que era, parecía una oferta a voces, estaba de espaldas, ¿ya lo dije?, sí, lo dije, pues eso, agachado y de espaldas una pintura perfecta de hombre estaba ahí en medio del patio del edificio y entonces al recorrer el pasillo y no ver a nadie más, se me ocurrió esperar callada a que él terminara su faena. Contemplando el panorama me di cuenta que nunca en mi vida, había visto a “un hombre”. Pudiera contarles el cuento del tipo que vio a la mujerona y le decía en su cara: ¡Que mierda!, ¡Que mierda!, ¡qué clase de mierda!, esta no pudo más que preguntarle: Señor, yo me considero una mujer muy hermosa y todos los hombres lo dice… ¿Por qué usted me dice que soy una mierda?, a lo que el hombre respondió: Se confunde señora, o yo me expresé muy mal, solo pensaba en voz alta, que mierda de mujer tengo en casa, comparada con usted.

Como una fuga eléctrica recorrió por mi cuerpo un cuartazo que llegó justo hasta mi vagina, mirando el paisaje parecía leerlo en un libro de cuentos. Era perfecto y perfecto para ser hombre. Yo no me sentí digna de comparar su cruda y perfecta belleza con la mía.

Así comenzó la historia de lo que hoy es para mí el descubrimiento más fascinante de mi condición de hembra, más que de mujer. Mujer era siempre y desde que nací, llegué a ser madre, sin reconocer que era una hembra, tuve el sexo más activo que pueda tener una esposa, ¿pero hembra?, ¿quién se atrevía a cuestionar que yo lo fuera?, por supuesto que nadie, desde niña yo decía que era hembra, además, mi madre lo decía, mi padre, mi familia… en fin. ¿Pero acaso yo sabía que además de haber nacido hembra y gustarme los hombres y usarlos, había una condición especial que me diferenciaba de ellos? No. Aún hoy me esfuerzo por averiguar el porqué nadie se preocupó de ello, pero este día había latido algo y diferente a lo que antes presentía cuando me gustaba un hombre, fue directo en mis genitales, fue un punto exacto que sentí que se erguía y un calambre acompañaba la acción de este suceso en los alrededores de aquel punto yerto.

A mis 28 años jamás me había tocado mis genitales por placer, el temor de estar haciendo algo indigno y muy mal visto por Dios y hasta por la ley de los hombres me lo impedía, el tabú era tan fuerte como el racismo al que mi familia me condenaba.

El hombre se levanto y al darse vuelta yo estaba ahí, recostada a la pared del pasillo y presto me saludó y me llamó por mi nombre, ya él sabía que yo iría a dejar mis pertenencias y marcharme al hospital a cuidar un enfermo. Me acompañó hasta el que sería mi cuarto al lado del suyo y me comentaba que otras personas vendrían a pasar la noche ahí, podríamos ver la tele y saborear un café. Yo me fui al hospital.

Al atardecer me relevaba otra persona, mi cuñada. Cuando nos saludamos ella inmediatamente me preguntó si había visto en el albergue a un tal… igual da su nombre, le respondí que no, sentí que ella sabía que si lo veía con los mismos ojos que ella lo vio, me sucedería lo que en verdad pasó, por eso lo negué, ella y yo nos habíamos impresionado al verle el cuerpo semidesnudo a un hombre de verdad.

Me sentí confundida, como hoy que decido contarlo a las demás.